La pérdida de una extremidad inferior o superior supone una afectación obvia en la motricidad de la persona amputada, limitando su capacidad de llevar una vida completamente autónoma. Pese al desarrollo de las prótesis actuales, la amputación de cualquier miembro supone una pérdida de información propioceptiva y exteroceptiva que difícilmente puede resolverse.
Desde el mismo momento en que el Homo sapiens adquirió consciencia de sí mismo, miró a su alrededor preguntándose si el resto de seres vivos que le rodeaban, empezando por sus congéneres, compartían esa cualidad, al parecer, única.
En 2004, Nathan Copeland disfrutaba de su primer año en la facultad. Apasionado de las ciencias, quería convertirse en un especialista en nanomateriales. Pero un accidente de tráfico truncó sus planes y le dejó tetrapléjico, sin ninguna movilidad por debajo del pecho. Doce años después, este estadounidense ha conseguido volver a experimentar qué sentía cuando alguien cogía su mano o rozaba sus dedos.
El logro lo ha permitido un equipo de la Universidad de Pittsburgh (EEUU) que, mediante la implantación de varios microchips en el cerebro de Copeland, ha conseguido imitar las sensaciones que, de forma natural, provendrían de su mano derecha. Además, los científicos también han hecho posible que el paciente experimentara este sentido del tacto artificial a través de un brazo biónico controlado por su mente.